martes, 9 de febrero de 2010

PEDAGOGÍA WALDORF


No hemos de preguntarnos qué necesita saber y conocer el hombre para mantener el orden social establecido; sino: ¿qué potencial hay en el ser humano y qué puede desarrollarse en él? Así será posible aportar al orden social nuevas fuerzas procedentes de las jóvenes generaciones.
Rudolf Steiner


Cuando un niño puede relacionar lo que aprende con sus propias experiencias, su interés vital se despierta, su memoria se activa, y lo aprendido se vuelve suyo. Las escuelas Waldorf están diseñadas para propiciar este tipo de aprendizaje.
El método de Steiner se basa en proveerle al niño lo que necesita en cada momento de su evolución. El proceso de desarrollo del niño y el ser humano se puede dividir en septenios (períodos de siete años).

Primera infancia (0 a 6 años)
Los niños pequeños se entregan totalmente a su entorno físico; absorben el mundo sobre todo a través de sus sentidos y responden con el modo más activo de aprendizaje y conocimiento: la imitación. La imitación es la capacidad de identificarse con el entorno a través de la voluntad activa: la acción y el hacer. Todo--ira, amor, alegría, odio, inteligencia, estupidez--le habla al niño a través del tono de voz, el contacto físico, los gestos corporales, la luz, la oscuridad, el color, la armonía, y la desarmonía. Estas influencias son absorbidas por el organismo físico, todavía muy maleable, y afectan al cuerpo para toda la vida.

Los allegados al niño pequeño--padres, niñeras, maestras de educación inicial y jardín--tienen la responsabilidad de crear un entorno que sea digno de esta imitación incondicional del niño. El entorno debe ofrecer al niño amplias oportunidades para la imitación plena de sentido y para el juego creativo. Esto apoya al niño en la actividad central de estos primeros años: el desarrollo de su organismo físico. Desviar las energías del niño de esta tarea fundamental para atender exigencias intelectuales prematuras le roba al niño la salud y vitalidad para su vida posterior. En últimas, debilita las mismas capacidades de juicio e inteligencia práctica que el maestro quiere fomentar.

En el jardín de infantes, los niños juegan a cocinar; se disfrazan y se vuelven madres y padres, reyes y reinas; cantan, pintan y dibujan. A través de canciones y poemas aprenden a disfrutar el idioma; aprenden a jugar juntos, escuchan historias, ven obras de títeres, hacen pan, preparan sopa y ensaladas de frutas, modelan con cera de abejas y construyen casas a partir de telas y cajas. Involucrarse en forma total en este tipo de trabajos es la mejor preparación del niño para la vida. Desarrolla las capacidades de concentración, el interés, y el amor por aprender.

Niñez (7 a 13 años)

Cuando los niños están listos para dejar el jardín y entrar en primer grado, están deseosos de explorar el mundo entero por segunda vez. Antes, se habían identificado con él y lo habían imitado; ahora a un nivel más conciente, están listos para conocerlo otra vez por medio de la imaginación-- ese poder o capacidad extraordinaria de la cognición humana--que nos permite "ver" una imagen, "oir" una historia y "adivinar" los signficados dentro de las apariencias.

En el segundo septenio, durante los años de escuela primaria, la tarea del educador es traducir todo lo que el niño necesita saber acerca del mundo al lenguaje de la imaginación, un lenguaje que es tan exacto y corresponde tanto a la realidad como el análisis intelectual en el adulto. Las riquezas de épocas antiguas menos intelectuales, con sus leyendas, mitos y relatos folklóricos, que dicen la verdad a través de parábolas e imágenes, se vuelven fuente inagotable de tesoros para el maestro. La naturaleza, el mundo de los números, las matemáticas, las formas geométricas y el trabajo práctico del mundo, cuando se miran a través del lente de la imaginación se vuelven el mejor alimento para el alma del niño. Las cuatro operaciones pueden, por ejemplo, ser introducidas como personajes de una obra teatral que los niños de primer año actúan con mucho temperamento y disfrute. Todo aquello que apela a la imaginación y al sentir verdadero activa y moviliza los sentimientos, facilitando el aprendizaje y la memoria. Los años de primaria son el tiempo para educar la "inteligencia del sentir".

Es sólo después de los cambios fisiológicos de la pubertad, con los cuales se completa la segunda gran fase de desarrollo del niño, que el aprendizaje imaginativo sufre una metamorfosis para emerger como capacidad racional y de abstracción intelectual.

Adolescencia (14 a 21 años)

Durante la gloriosa turbulencia de la adolescencia, la personalidad celebra su independencia y busca explorar el mundo otra vez en una forma nueva. En su interior, el/la joven, el ser humano hacia quien los años de educación han sido dirigidos, está madurando calladamente. Pronto emergerá la individualidad de su ser.

Según la concepción de Steiner, este ser esencial no es producto ni de la herencia ni del entorno; es una manifestación del espíritu. El terreno sobre el que se afirma y en el cual hunde sus raíces es la inteligencia que ha madurado, a partir de la matriz de la voluntad y el sentir, hasta llegar al pensamiento claro y experimentado. En la sabiduría tradicional, es este el ser que toma posesión de sí mismo alrededor de los 21 años, se hace "mayor de edad", y entonces está listo para emprender la verdadera tarea educativa--la autoeducación--que distingue al adulto del adolescente.

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